27.11.14

La generación que pierde ante la báscula



La generación extra-extra grande


Por Pedro Díaz G.

pedrodiazg@eme-equis.com.mx


No puede ni moverse.

Corre desde la casa para llegar a la escuela y el corazón se le sale por la boca; no intenta saltar, y nada de actividades físicas demandantes, nada de nada. Vive con vergüenza de sí misma, de su gordura. Por eso vuelta a casa Ana Mayra vuelve velozmente a esconderse.

Las piernas no la aguantan, no le entran los zapatos y la ropa cada vez es más difícil de conseguir; se le doblan las piernas, se cae y por ello prefiere encerrarse en su cuarto. Su refugio, su mundo.

Ana Mayra es tan retraída que cada vez que llega visita, ella se mete, arropada por la timidez, debajo de la cama.

Para esta niña la báscula es su peor pesadilla.

Tiene seis años y su peso todo se lo impide.

Ni correr, ni caminar mucho tiempo. Pero ya no me afecta que me insulten por la calle, terminas acostumbrándote– asegura.

Es enero de 2001 y algo no anda bien. Su cuerpo se agiganta: los brazos son más largos y más anchos de lo normal; comienzan a entintarse de negro los pliegues en codos y axilas; en unos meses la báscula se vuelve atroz y todas las mañanas despierta con los ojos hinchados por el llanto: de dolor y de vergüenza.

Lo nota su madre, Ana Medina. Y la lleva al médico. Pero el resultado es implacable:

Ana Mayra presenta diabetes tipo dos. Su hermana Dulce, lo mismo. Carmen y Jimena, propensas. A partir de hoy la cotidianidad da un vuelco. Mayra: tomará medicamentos para siempre.

Y claro que renegué de la vida. Por supuesto. Dios, le pregunté: ¿Por qué a mis hijas?, ¿por qué? –remata su madre.


* * *


Para casi un 30 por ciento de los nuevos mexicanos, la primera lucha es interna. Con severos problemas de peso, cada día entran en guerra contra sí mismos.

Igual para seguir con un régimen de dieta, que para ponerse los calcetines, amarrarse en la calle una agujeta suelta o para pedir trabajo, hacer amigos y, acaso lo más difícil, tener pareja sentimental.

Históricamente han sido el blanco de todo el sarcasmo, de todas las burlas. Ningún sector es tan vilipendiado. Pero no sólo eso: la obesidad mórbida les causa problemas a los pulmones y vías respiratorias, asma, cálculos biliares e hígado graso, diabetes tipo dos, pubertad precoz, quistes ováricos...

Los “gordos” son pacientes frecuentes en todo tipo de consultorios médicos. Ganan kilos semana a semana, incontrolablemente, pero además son discriminados. No, esta nueva generación extra extra grande, no la pasa nada bien.


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Ya tiene Ana Mayra once años. Y son ochenta los kilos que carga. Por ello prefiere quedarse encerrada en casa que pasear con sus hermanas por las calles de Santa María Aztahuacán. Y nunca le ha gustado ir a bailar con ellas a las fiestas del barrio.

Víctima de la obesidad mórbida adolescente, ahora cambia su estrategia contra el mundo: prefiere quedarse callada y sus labios no pronuncian sílaba alguna. De qué puede hablar una niña que no se siente a gusto con su propia envoltura. Pasan meses. Pero le va peor. Porque a los calificativos de “gorda” se le suman los de “muda” que la hacen llorar.

Es mayo de 2007.

El sobrepeso y la gordura son perjudiciales para su columna. Cada kilogramo de más comprime, deshidrata los discos y la hace más frágil.

Se suceden los malestares, los dolores. Fallan los órganos internos de la niña. Ingresa Mayra al quirófano: su vesícula biliar se encuentra inflamada, obstruida y los cálculos causan pancreatitis. Y entonces el corte que le hace el médico justo debajo de las costillas, al lado derecho del abdomen, es el camino exacto para encontrar los vasos y conductos de la vesícula que hay que desconectar: la extirpa.

Su doctora, Rita Gómez, está muy pendiente de la operación. Por la difícil coagulación de la sangre en los diabéticos, para Ana Mayra cada operación, como la de las anginas que le están programando para dentro de un par de semanas, es de alto riesgo.

Ella tiene el futuro definido: toda su vida estará sentada esperando ser atendida en una sala de hospital.

Hay ocasiones en que pasa hasta tres horas inmóvil con el catéter pinchando sus brazos, pues ciertos análisis de sangre así lo requieren.

Ya estoy acostumbrada –dice la pequeña–. Al principio sí se me hacía difícil. Pero ya aprendí que para ese examen te hacen tomar un líquido que sabe amargo, horrible, pero que si lo vomitas debes volver al día siguiente y en las mismas condiciones: temprano y en ayunas. Así que mejor me aguanto, me lo tomo, y dejo que cada media hora me saquen sangre...


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Cuando Margarita Boites cursaba primero de secundaria, había un chavo que iba en tercero que todos los días la perseguía para insultarla. La gordura marcaría su pubertad.

Le tenía mucho miedo. Miedo no, era terror. Ya no recuerda ni su nombre, pero no olvida su cara ni su voz:

Hay que cagar más seguido”… “Pinche gorda”, “bolsa de pedos”…

Bienvenida al mundo de la marginación escolar.

Era tal su terror, que todos los días pensaba cómo hacer para pasar por ahí.

Él nunca se había atrevido a agredirla físicamente. Ni falta hacía.

Pero sí la amedrentaba todo el tiempo.

En una ocasión, el desdén se desbordó: caminaba Margarita por el patio cuando su compañero le aventó un raspado a la falda así, gigante, rojo. Parecía sangre. Como estaba muy chica se fue al baño a llorar y lloró mucho. Lavaba su falda y lloraba. Lloraba. Lloraba.

Margarita tenía 13 años.

Recuerda. Y en esta charla devela algunos secretos por años escondidos. Ha llegado a pesar 150 kilos y no hay día en su vida en el que no despierte pensando en que debe existir alguna posibilidad exitosa para bajar de peso.

Ese día, como no entró a clases, sus compañeras le buscaron y al enterarse acusaron al agresor.

La trabajadora social, indignada, los confrontó.

Y yo me atreví a decirle al chavo en su cara todo lo que sentía. Le dije: “Siento un miedo enorme por ti, pero siento más mucho odio. Quisiera que te murieras ahorita, y así, muerto, te escupo. Así. Siento mucho odio, te lo juro, mucho”.

La trabajadora social lo amenazaba diciéndole: “Te voy a suspender. "No, por favor, perdóname", suplicaba él a Margarita.

Pero no.

Nunca te voy a perdonar. Ojalá te murieras”…

Se ha ido en Margarita el gesto dulce y en su cara se refleja una gran interrogación.

Sí, he sufrido muchas cosas que ni mi familia sabe. Muchas. Y bueno, fue algo muy fuerte y muy cabrón. ¿Te imaginas, una niña de trece años maldiciendo llena de miedo, ira y rencor? ¿Por qué?, ¿Por gorda?


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Lo dio a conocer hace tres semanas el Instituto Mexicano del Seguro Social: seremos en diez años el país con más sobrepeso del mundo, si no se toman medidas preventivas.

Actualmente México ocupa el segundo lugar en el escalafón mundial de sobrepeso, según la Organización Mundial de la Salud. Y en una década será el país con más gordos del planeta.

Cada vez es más frecuente ver a un niño de 7 u 8 años con el peso de un adulto de sesenta kilos.

Casi el 70 por ciento de los mexicanos, algo más de 70 millones de personas, tiene problemas con el peso, ya se trate de obesidad (cerca del 40 por ciento) o de sobrepeso (sobre el 30), de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud 2006.

La razón hay que buscarla principalmente en la influencia de la comida rápida estadounidense o la comida chatarra en la dieta tradicional mexicana, especialmente en las zonas urbanas.

Hamburguesas, pizzas y refrescos, de los que México es el primer consumidor mundial por persona, restan espacio a los platillos tradicionales que incluyen maíz, frijol, vegetales y carne típicos de la gastronomía nacional.

Pero donde más preocupación existe es con respecto a niños y adolescentes, ya que entre 1999 y 2006 la incidencia de sobrepeso y obesidad en este grupo aumentó del 21.9 por ciento al 28.7 por ciento.


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Carlos es enorme. Con una estatura de casi 1.90 metros, su obesidad lo hacía verse realmente gigantesco. Existen fotografías de él, por ejemplo, en su graduación, con más de 150 kilos metidos en una gran toga.

Sufre para encontrar la postura adecuada, sobre la cama, para ponerse los calcetines. Pero lo peor sucedió el día que al despertar se miró al espejo: terrible.

Con ese peso la traducción de su propia imagen le escupió que se iba a morir joven, que a los treinta años tendría problemas de las articulaciones, que era momento de disminuir, de alguna manera, esos 176 kilos que se había metido encima.

Debía bajar de peso. Pero una decisión así no se puede tomar de un día para otro. Carlos siempre ha tenido problemas de peso, desde que se acuerda. Cuando era muy niño, “ya era un niño robustito”.

Habla de su infancia entre un plato de fruta y cuatro yemas con queso, parte del nuevo régimen que le ha llevado de los 176 a los 124 kilos, en diez meses. Se adentra en sus vivencias.

Da un viaje por la crueldad escolar en la primaria Miguel Hidalgo. Su peor etapa. Horrible, entre burlas y recriminaciones.

Te sentías muy sólo y no tenías amigos que te apapacharan. No. Yo no recuerdo ningún amigo de la primaria. De hecho recuerdo gente que me trataba bien de niño, pero no, no, ni caras, ni nombres.

Uno está acostumbrado a cierto ambiente en casa, donde no hay burlas. Pero en cuando llegas ahí, te lastiman. Y sí, es bastante duro, pero yo salí bien librado. Acabé, digamos. La etapa de secundaria fue más fácil, la gente es un poquito más grande, ya existen más consideraciones para los demás; aunque hay de todo, también había muchas burlas. Y sí, por supuesto que te lastiman.


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La enfermedad ha sido implacable con Ana Mayra: hoy tiene doce años y en los últimos meses creció hasta llegar a los 1.71 metros de estatura, pero su desarrollo no ha sido equilibrado: el cuerpo se estira pero la cara no; su rostro es de un redondo irregular. Tiene pliegues manchados de negro (cantosis nígrica) en los brazos y en las axilas, las uñas de los pies requieren de especial cuidado pues cualquier corte puede hacerla sangrar, y detener la sangre es difícil; siempre utilizará zapatos especiales.

Mayra extraña las hamburguesas.

Pero el espejo le devolvía cada mañana una figura deforme y nada atractiva. Cuanto peor estaba, más devaluada se sentía y más comía, más engordaba, más renegaba de la vida, y así, el círculo vicioso parecía imposible de romper.

Después de comer se encerraba en su cuarto y preparaba lo necesario para la escuela: libros, cuadernos, plumas, lápices, pero lo que jamás le faltaban eran las bolsitas de papas fritas, los refrescos y los chocolates. Antes de abrir el libro ya había ingerido al menos una bolsa de chetos. Utilizaba todos sus ahorros para comprar comida chatarra.

Matemáticas simples: empezó a engordar y llegó el momento en que ya tenía tantos kilos encima que ninguna ropa le entraba.

Lo peor de todo era que para que ya no la molestaran con su gordura, escondía los dulces entre el colchón y el box spring, adentro de los zapatos, atrás de las cortinas, en la jabonera y en las bolsas de los vestidos colgados en el clóset.

El juego del escondite y el engaño a sí misma y a los demás estaba era, para ella, una verdadera obsesión.

Su madre, Ana Medina, se ha encargado de cuidarla en cada grito de dolor, en las noches de insomnio, en los encierros en sí misma. Por eso no duda cuando dice:

La gordura pesa más en el alma que en el cuerpo.

Ana Mayra:

A veces se siente mucha tristeza, una tristeza profunda por no ser como los demás quieren que seas.

Pero lo peor no es la comida.

Desde hace varios años no existe un gramo de azúcar en esta casa de avenida de Las Torres; los dulces están limitados, los jugos de fruta son un lejano recuerdo y las salidas con papá a comer tacos, o quesadillas, tortas o pizzas, no son sino una ilusión. Mayra, como todas sus hermanas, lleva una dieta sumamente estricta.

Lo peor son los insultos, el desdén. Las humillaciones.

¿Qué te gritan en la calle?

No responde la niña. Se sumerge en un sí misma e inevitablemente empieza a llorar. Su madre, Ana, comparte un pañuelo con ella y derrama algunas lágrimas, también.


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Los niños no están comiendo bien.

Esa combinación de dietas erróneas, aunada a la falta de ejercicio, ocasiona no sólo exceso de peso sino personas mórbidamente obesas. Y esto no es un mero calificativo. Significa que su inusual tamaño les conducirá inevitablemente a una muerte prematura por enfermedades como diabetes tipo dos o enfermedades cardíacas.

Su cotidianidad son las charlas sobre los nuevos regimenes nutricionales, las bandas gástricas, o sujetar con grapas el estómago, cirugía que les representa la única opción para asegurarse un mejor futuro.

Pero no. Después de pagar decenas de miles de pesos ese futuro se vuelve angustiante realidad que conlleva, después de graves síntomas de desajustes, a una obesidad aún mayor que la inicial.

Hoy los niños presentan dolencias antes únicamente diagnosticadas a los adultos. Problemas pulmonares y en vías respiratorias, asma o alteraciones respiratorias durante el sueño; cálculos biliares e hígado graso, pubertad precoz, quistes ováricos y atrofia del órgano sexual masculino; insuficiencia renal por diabetes, trastornos en el metabolismo de las grasas, colesterol alto, hipertensión, tendencia a la trombosis e inflamación de los vasos sanguíneos; deformación en los pies, deformaciones de las piernas hacia dentro o hacia fuera, deterioro de la cabeza del fémur y riesgo de fracturas del antebrazo; trastornos neurológicos y psiquiátricos, como un ligero aumento de la presión intracraneal, dolores de cabeza y alteraciones de la visión y depresión...

Pero hay algo mucho peor: la baja autoestima.


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Esto le sucedió a Ana Mayra a los seis años de edad: la obesidad disparó su diabetes: el exceso de grasas que consumía hizo a su organismo resistente al efecto de la insulina, que es la hormona que ayuda al cuerpo a mantener el nivel adecuado de glucosa a la sangre. Al volverse resistente, el nivel de azúcar aumentó y propició la aparición de diabetes y los efectos negativos sobre su salud.

Pero existió una línea muy estrecha entre el desarrollo de la obesidad y la aparición subsecuente de hipertensión. La obesidad condujo a la acumulación de grasas dentro de la sangre; esto contribuyó al fenómeno conocido como arterioesclerosis, que es el depósito de estas grasas dentro de los vasos sanguíneos, lo cual lleva a que las venas y las arterias se vuelvan rígidas y de difícil expansión.

Asimismo, el aumento de peso debido a la obesidad generó en ella que la necesidad de llevar nutrientes a través de la sangre fuese mayor. Esto conduce a su vez a un incremento en el volumen de líquidos, en lo que es el volumen de sangre que circula a través del sistema circulatorio, y al incrementarse este volumen generó un aumento de la presión.

No lo creí cuando me lo dijo la doctora –dice Ana Medina, su madre–. No creo que mis hijas estén enfermas, me repetía. Y luego en casa, se lo dije a mi marido. Fue un muy duro golpe, pero ahora nos apoyamos el uno al otro por el bien de nuestras hijas. Desgraciadamente él viene de familia obesa. Es parte de la enfermedad. Ellos tienen la presión arterial muy alta, tienen la obesidad avanzadísima y están acostumbrados a que los papás les compren puro refresco.

Eso es lo difícil –dice Mayra– ir dejando todas estas porquerías, los refrescos y las chatarras, pero a final de cuentas debemos de hacer conciencia. Es por nuestro bien.

La semana pasada estuvo los cinco días en el hospital, en análisis diversos. Pasa horas en la clínica del IMSS y se ausenta de la escuela.

Ese es otro problema –ríe ahora la niña del gesto hosco y melancólico–: me atraso en la escuela, y aunque los maestros me dan permiso pues justifico cada falta, lo malo es que debo estudiar el doble que los demás. Y apurarme en las tareas para ponerme al parejo.


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Ya tiene novio Margarita. Se llama Leonel y juntos cursan filosofía. Por su propia condición, por su gordura, todo se lo perdona. Pero Leonel la hace como quiere.

Un defecto tiene él: toma mucho, así que un día lo alcanza en la facultad, lo acompaña a beber y ya borracho Leonel la agrede:

Qué dijiste: a este güey ya me lo conchabé. No, gordita chistosa, ni lo pienses...”

A ella no le importa. Todo lo soporta con la única condición de irse con él, como se lo había prometido: “Quédate a dormir conmigo”, le pedía.

Ella, fascinada: “Sí, órale. Sí, ya vas. Sí…”

Pero luego: “No, mejor me quedo con la otra chavita que me vino a ver”.

La burla le enciende la sangre. Margarita recuerda que tenía una cuba ahí en la mano y en un momento dado le dijo:

Chinga tu madre cada vez que te lata el corazón. Cada vez que respires. Qué te pasa. Eres un pobre pendejo, y yo más de pinche imbécil, por estarte aquí oyendo. Pinche mono. `Estudié filosofía`, presumes, ni un pinche libro completo has leído. Chinga tu madre…”


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Un día la magia médica surtió efecto: la doctora Rita Gómez, investigadora de la unidad médica en bioquímica del Centro Médico Nacional “Siglo XXI”, acudió a la clínica 41 a ofrecer una plática sobre obesidad. Y coincidió con Ana Mayra.

Fui con la idea de orientar al personal de salud y familiares para identificar factores de riesgo en niños con obesidad, y tomar las medidas de prevención. Para darles tips.

Pero nos dimos cuenta de que había muchos niños con obesidad e hicimos un protocolo de estudio para identificar a aquellos que tuvieran ya problemas, sobre todo a los que tienen factores de riesgo, antecedentes como papá y mamá, abuelos, primos con diabetes tipo dos o con obesidad y que tuvieran datos clínicos de resistencia a la insulina, que es lo que se presenta cuando el niño tiene riesgo de desarrollar a la larga diabetes.

Hay que analizar todos esos factores: obesidad, hipertensión, la presencia de pliegues oscuros, cantosis nigrica, cúmulo de obesidad, todos esos factores hablan de que al futuro los niños pueden llegar a desarrollar la enfermedad

De ser muy flaquita, muy finita cuando bebé, la estructura de Mayra empezó a ensancharse, ya no podía correr. Imposible realizar el mismo ejercicio de antes. Y la enfermedad la alejó de los juegos infantiles.

Empezó a crecer y se estiró más de lo debido.

Su metabolismo era un desorden: glucosa alta, triglicéridos altos, alterado el perfil de lípidos.

–El tiempo es valiosísimo –informa la doctora Rita–. Una vez detectados los factores de riesgo, hay que tomar las medidas preventivas, darles consejos a los papás para ver qué pueden hacer en este momento para evitar que progrese la diabetes.

Mayra modificó el estilo de vida, hace algo de ejercicio, al menos caminar apresuradamente, y se somete a una dieta de la que ya no se saldrá. Visita al médico cada 15 días y sus medicinas son entregadas en las farmacias del IMSS religiosamente cada mes.

Glucosa alta, la certeza de diabetes.

Cuando nosotros tenemos la presencia de estos factores de riesgo tenemos la obligación de hacer los estudios pertinentes, entre ellos una prueba de tolerancia a la glucosa, y cuando ya tenemos la certeza entonces se habla con los familiares. Y les decimos que ya tiene prediabetes o diabetes, dependiendo del punto de corte que se utiliza a nivel internacional para el diagnóstico de la enfermedad.

Eso pasó con Mayra: glucosa alta.

Lo inmediato: hacer un estudio familiar.

Y la noticia: de cuatro hijas, dos padecen diabetes tipo dos.

Dulce Betania, de 20 años, y Ana Mayra de 12. María del Carmen, de 18, y Jimena de 10 aunque resultaron negativas, son de alto riesgo.

Claro que algunas veces he renegado de la vida– dice Ana Medina, madre de Mayra–: a quién le va a gustar que a sus hijas tan chicas les den la noticia de que tienen diabetes.

Claro: Dulce estaba a punto de casarse. Pero aunque está más enferma que Mayra, se desespera porque le dijeron los médicos que no va a poder tener hijos, y que si los tiene, lo menos, le saldrían ciegos.

Desde el día en que salió del hospital con el diagnóstico, dijo a su madre: “No me vuelvas a traer”.

Ha pasado un año. Ni un medicamento, ni un análisis. Sabedora de que es una bomba de tiempo y de que un coma diabético la puede aniquilar en cualquier instante, la joven advierte:

Es sencillo: si me tomo los medicamentos me siento mal, mareada, débil. Y para qué me cuido si lo que yo quería era casarme y tener hijos. Mejor me olvido de que estoy enferma y así me siento mucho mejor.

No tomará una pastilla más, Dulce Betania.

Sólo hay una manera de ayudarlas para salir adelante: seguir con lo que los doctores nos dicen. Comprenderlas y amarlas. Ella no quiere volver al médico. Y sí, en casa fue un duro golpe, pero ahora es un problema contra el que luchamos todos juntos –comenta, compungida, su madre.

A Ana Mayra, la niña que cursa el primero de secundaria, le gusta el taller de computación, pero más aún pasar los sábados y domingos en la casa, con papá, viendo la tele.

Cuando me dijeron que tenía la diabetes pensaba en lo peor. Y me dio tanta tristeza... Y esto es lo más difícil, aceptarse: yo me aislé, me encerré en mi misma. Después tuve que acudir al sicólogo mucho tiempo porque no quería yo hablar con nadie nunca más.

Y de comer, ¿qué te gusta?

Los chetos y la comida chatarra, pero los tengo prohibidos. A veces mamá me encuentra unas bolsitas en la mochila. Y entonces sí se me arma pues siempre está diciéndome que debo cuidarme, por mi propio bien... ¡Pero son tan ricos!


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En la primaria Carlos una vez interrumpió la clase con el estruendo de sus casi 70 kilos cayendo de súbito, ante las miradas y las risas burlonas de sus compañeros.

Pareciera un lugar común. No lo es. Después de ese día le fue más difícil volver a clases: No quería regresar.

Ese día estaba sentado en la orilla de un mesabancos donde caben dos niños. Al romperse, quedó una tabla rasgada que le rasguño la espalda. Ha olvidado el dolor. Pero quedan las llagas verbales, las burlas.

...Horribles. Iba en cuarto año. El maestro me defendió. Yo creo que por eso recuerdo hasta su nombre: Humberto Jaimes Jaimes. Era malo, académicamente, un normalista. Pero me defendió.

El dolor físico nunca pudo compararse con lo angustiante de los años por venir.

Viví mucho tiempo asegurando que la rompí por mi peso. Porque era una banca normal y yo era el anormal. Pero ya con más lógica piensas que esa banca estaba mal, de algo, que no la pude haber roto: si yo pesaba en ese entonces unos 60 kilos, ó 70, ¿por qué se sentaban adultos de 80 kilos sin problemas? Ya reflexionándolo siento que yo no la pude haber roto.


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Los datos más recientes son alarmantes:

Uno: en los últimos siete años la obesidad en niños que cursan la educación primaria en México creció 33 por ciento y se estima que 61 por ciento de la población nacional sufre de sobrepeso.

Dos: 26 por ciento de los niños entre cinco y 11 años padecen obesidad por los malos hábitos alimenticios, el consumo de productos con alto contenido de calorías y el sedentarismo.

Tres: la obesidad en México muestra tendencias riesgosas para la salud pública del país, ya que en 1988 se demostró que 35.1 por ciento de las mujeres padecían de sobrepeso u obesidad, en 1999 esta cifra se elevó a 52.5 por ciento y la más reciente Encuesta Nacional de Nutrición y Salud señala que 71.6 por ciento de las mujeres mexicanas padecen sobrepeso u obesidad, mientras que del sexo masculino 61 por ciento de la población nacional lo padece.

Pero la obesidad mórbida en adolescentes en México es un problema de salud pública que ha creado a la generación extra-extra grande: niños con medidas descomunales, propensos a enfermedades ocasionadas o favorecidas por la enfermedad que no es tratada adecuada y oportunamente.

En su estudio sobre obesidad mórbida adolescente, concluye el doctor Carlos Valdés Robles:

“En base a los nuevos conocimientos de fisiopatología y genética de la obesidad, los médicos y la sociedad deben dejar de estigmatizar a los obesos, que más que segregación o crítica necesitan ayuda”.


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Margarita, por bajar de peso, ha hecho de todo.

Lo primero: inyectarse seguridad para sobrevivir. Pero una vez, en la escuela, una amiga le sugirió: vamos con un brujo.

¿Un brujo?

Ella no creía en esas cosas. Ni en las cartas, ni en el café... Pero el gancho, en esta ocasión, era la obesidad.

Y claro que fue.

Pero el brujo resultó en realidad “un güey a toda madre”.

Margarita acompañó a dos amigas. El brujo las miraba a los ojos y les diagnosticaba: “Tú tienes esto, tú tienes lo otro”...

Su técnica era el ayuno, para, decía, “no alimentar más la enfermedad”. A ellas mandó ayunos de una semana, de diez días.

Pero al ver a Margarita le recetó, de broma, un año de ayuno, pero ya en serio: 26 días.

Usted lo ha intentado: ¿no ingerir sino agua durante todo este tiempo?

Ella lo hizo. Por bajar de peso. Pero al día 18 de no comer percibía el aroma de los tacos a 20 cuadras de su casa pero lo grave era la recomendación del brujo: tenían que beberse su orina.

Margarita, la escéptica, dice consternada:

Yo, que no creía en eso, lo hice. Me la tomé, pues cómo no: si el brujo me prometía una figura esbelta, delgada. Claro que valía la pena...


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Carlos llegó a odiar a varios.

Las burlas eran despiadadas. No es para menos: cuando estás así de gordo no sólo te señalan, sino que te conviertes en un punto de referencia: "Del gordo para atrás", "junto al gordo", "el gordo de allá".

Eso le sucedió. En la escuela empezaron los primeros rechazos dolorosos, sobre todo porque ya le gustaban las niñas.

Pero claro, hay distinciones, por supuesto. A ti por gordo las chicas no quieren ni voltearte a ver.

En la secundaria, esa etapa en la que en vez de apellido te llaman "chaparro" por chaparro y "negro" por moreno. El alto, el de lentes, el feo…

Es muy difícil cuando vas por la calle y pasa el camión de la basura y el camionero te grita…

¿Qué te gritan?

Uf… Ene cosas, bien ofensivas. O cuando vas en la calle y te apuntan con el dedo. Sí, es difícil, la gente que ni conoces es muy manchada.

¿Te has llegado a pelear?

Varias veces. En una, nos hicimos de palabras, porque me gritó algo, no me acuerdo qué. Yo iba en primero de secundaria y en la vida me había peleado. No sabía pelear, pero le dejé ir mi peso y cayó, no fue tampoco la gran pelea. Pero vencí. Y gané algo de respeto. Pero no te puedes ir peleando por la vida.


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Los analistas se han dedicado a investigar en los últimos tiempos, cuáles son los factores para el surgimiento de esta nueva generación y entre ellos se encuentra la gran cantidad de comerciales de comida chatarra emitidos en la televisión durante las horas de dibujos animados, el bajo número de horas dedicadas diariamente al ejercicio físico moderado recomendado para los niños: 60 minutos; e inclusive se ha descubierto cosas tan inverosímiles como que últimamente se ha multiplicado el riesgo de que los hombres que observan más de 21 horas semanales la televisión, están en mayor riesgo de contraer diabetes. Pero la obesidad mórbida no es problema local. Millones de pequeños en el mundo sucumben a la tentación de una buena tarde abriendo las puertas del refrigerador. Obligada por los números, alertó la Organización Mundial de la Salud: estamos ante la plaga del siglo XXI, una amenaza que afecta por igual a países ricos o pobres.


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No. No existe el gordito feliz.

Esto lo asegura Carlos.

Mucho menos, cuando se trata de asistir a entrevistas de trabajo, pulcramente vestidos pero con decenas de kilos de peso destrozando cualquier buena presentación y volviendo obsoleto e inservible el mejor curriculum.

El escenario es uno sólo: discriminación.

Asistía a una y otra entrevista y no lo llamaban.

Una vez, en una empresa farmacéutica, quería entrar como representante médico. Subió los lujosos elevadores del World Trade Center. Se acicaló bien, vistió de trajecito; todo.

Pero al llegar salió la entrevistadora y no le recibió.

Fue suficiente con mirarlo, barrerlo de arriba a abajo, y le dijo:

No te puedo hacer la entrevista".

¿Por qué no?

Es que en el anuncio decía buena presentación—respondió la mujer.

Y Carlos.

Pero vengo de traje.

No, no te puedo atender.

La razón era obvia: la obesidad. Y le sucedió igual en otro lado, y en otro. Y en otro más.

Hasta que un entrevistador se sinceró: “Dígame, y de su vida, ¿qué cosas quisiera mejorar?

Quiso Carlos evitar el tema del peso.

Sí, el idioma, tal vez. Mejorar mi inglés...

Pero el hombre fue directo y preguntó:

¿Qué piensas hacer con tu peso? Porque aquí no te podemos contratar. Muy pocos lugares lo harían.

Definitivo: habría que bajar de peso:

Salí muy preocupado. Y sí, inmensamente triste, tan triste como nunca jamás. Ese día, como ningún otro, llegué a la conclusión de que no existe el gordito feliz. Eso es una farsa.


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La vida es una dieta

Erika Astorga toda su vida sufrió por la obesidad.

Desde los 3 años ha estado bajo control de peso. Pero lo más desagradable para ella era someterse a una dieta en plena infancia.

Tuvo que decir adiós a los sandwiches, a la leche con chocolate, a los dulces, a las galletas.

Su lunch: verduras y complementos ligth que pretendieron cuidar su figura. De nada servía: cambiaba el lunch con sus compañeros.

En educación física se reían de ella sus compañeros, por no hacer los ejercicios y, por supuesto, el maestro la reprobaba.

Trató de no tomar en cuenta los insultos, pero a cambio se convirtió en su peor juez, en un juez muy severo.

Todo se criticaba.

Decidí seguir una dieta muy dura y lo único que conseguí fue lastimar a mi cuerpo, con mucho ejercicio y con el sacrificio de no comer, lo cual me trajo como consecuencia unas úlceras terribles y unas migrañas que no había pastilla alguna que les sacara de mi cabeza.

Por un lado estaba feliz pues en el trabajo no sufría discriminación por la obesidad, pero en cuestiones amorosas las cosas no eran tan favorables.

Ningún muchacho se fijaba en ella.

Y eso sí que duele, ya que los hombres siempre las prefieren delgadas y no se fijan en cómo son interiormente. A una gorda no la voltean ni a ver.

Para Erika la vida es una dieta.

Hasta la fecha sigo luchando contra el sobrepeso. Pero lo peor es que ahora tengo un hijo y sufre de lo mismo. Yo me la paso entonces tratando de que su dieta no sea tan severa como la que yo llevaba y haga más ejercicio para no sufrir de obesidad. Espero en verdad lograrlo. Por su bien.


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Existe una gran carga de estigmatización y discriminación hacia los obesos y se considera que ellos mismos son responsables de su problema: se dice que son flojos, débiles de voluntad; incluso a la glotonería se le considera un pecado capital.

Se ha demostrado que las pérdidas modestas de peso entre 7 y 10% reducen significativamente la morbimortalidad. Sin embargo, estos logros rara vez satisfacen a las personas obesas, quienes desean tener un peso normal; los adolescentes, incluso desean tener un peso por debajo del normal para su talla y constitución.

De no atenderse con dietas, ejercicio y un cambio en el estilo de vida, los pacientes están condenados a sufrir situaciones como problemas de actitud y psicológicos.

Advierte en su estudio el doctor Carlos Robles Valdés:

"Se debe explicar honestamente que para la obesidad mórbida, con los medios actuales no es posible alcanzar un peso ideal y menos el peso de los estereotipos de modelos y personajes famosos.

"Es casi inevitable que el adolescente no haya oído, sido aconsejado o leído escritos o publicidad audiovisual acerca de maneras maravillosas, instantáneas, sin riegos para bajar de peso sin ningún esfuerzo o riesgo. Periódicamente se vuelven a publicar las maravillas de las dietas como la de luna, la baja en carbohidratos, o alta en grasas, la vegetariana de jugos de vegetales, etcétera.

"Cuando sea posible se debe referir al paciente a un experto en nutrición clínica con experiencia en obesidad. Puede ser en centros o instituciones hospitalarias, pero es poco realista en la consulta privada. Además, en los últimos años han egresado de diversas escuelas de nutrición, licenciadas en nutrición con poca o ninguna experiencia médica que trabajan sin supervisión, no asociadas con médicos, que piensan que sólo con una buena orientación y una dieta el problema se podrá resolver. El papel de la NOM en obesidad no señala nada respecto a esta función para tales especialistas”.


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Sufrió Margarita cierta velada discriminación familiar. Numerosa familia, tuvo la mala suerte de que su padre fuera doblemente racista. No soportaba a los morenos ni a los gordos. Y ella, desde niña, fue un motivo de vergüenza para él, e inclusive para sus hermanas.

Rosario siempre la trató mal. Y hasta su papá le dijo alguna vez:

Pues qué pasa contigo. Yo creo que Chayo o la Chona comen mucho más que tú. No entiendo por qué estás tan gorda”.

No fue nada sencillo superarlo. Se sentía culpable, que no merecía el estar delgada.

La agresión venía, en ocasiones, del mismo seno familiar. A su hermana Rosario, 13 años mayor que Margarita, le daba mucha pena salir con “la gorda”.

Y le pegaba a escondidas. Pero lo que nunca olvidará Margarita, quien ha llegado a pesar 150 kilos, es que Rosario tenía como novio al dueño de una paletería: José Luis y que la niña la acompañaba a verlo a cambio de comerse una paleta.

Preguntaba José Luis:

Oye, por qué Margarita está tan gorda. ¿Qué no le ponen atención?

Pero a Rosario le daba sólo pena.

Y yo pensaba: por qué no le decía: “Con mi hermanita no te metas, güey. O qué chingaos te importa esté como esté, tu yo somos novios, pero ella qué”. Pero no. Al contrario. Rosario me insultaba o me hacía llorar delante de la gente. Y me amenazaba: “A ti no te compro ropa porque no te queda”. Ahora sale con que sufría mucho por mi gordura. No creo que nunca tanto como yo.


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No, no la está pasando bien esta nueva generación XXL. Cada día millones de mexicanos pierden esa guerra contra sí mismos. Y sí, ningún sector es tan vilipendiado. Ganan kilos semana a semana, incontrolablemente, pero además son siempre discriminados.

No entran en las puertas de ciertos microbuses, ocupan doble espacio en el metro, no hay zonas especiales ni mobiliario para ellos. Y lo peor: afirman los especialistas que la pirámide generacional, que antes se sostenía por una base grande de niños y jóvenes, se está invirtiendo.

Ese sector antes mayoritario muere de a poco debido, entre otros padecimientos, a la obesidad. Con el tiempo será más angosta esa base de la pirámide, y la mayoría de la población sufrirá de diversas enfermedades crónicas. Sociedad, instituciones, médicos, legisladores, han iniciado una cruzada para atacar la obesidad. Pero los resultados han sido insuficientes.


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Ha debido Ana Mayra, a los doce años, aprender a lidiar con el entorno y con su cuerpo. Para atenderla, es necesaria la presencia de un equipo multidisciplinario: endocrinólogos, sicólogos, nutriólogos...

Juega, sí, pero intercambiando los grupos de alimentos, midiendo las raciones de cada uno de los nutrimentos que debe llevar su dieta; sabe como no duplicarlos y es experta en no excederse. Se ajusta a las raciones que debe consumir.

Pero Ana Mayra está obligada a seguir una disciplina inusual en un niño de su edad. Su dieta no es sólo de unos días. Tiene que llevar un programa de alimentación de por vida y romper con todo lo que antes le enseñaron sus papás.

-Fue muy difícil comenzar a conocer los grupos de alimentos, y las raciones exactas. Pero ya aprendí que debo hacer conciencia de cuánto estoy ingiriendo en cada alimento: cuantas raciones de grasa, cuántas de carbohidratos.

Sigue los consejos de su médico: lo principal, la modificación en el estilo de vida y hacer ejercicio. Aunque sea caminar a un paso constante, o darle dos o tres vueltas a la manzana. Quince minutos en la mañana y quince en la tarde: subir escaleras en vez de subir por el elevador. Bicicleta o bicicleta fija.

Advierte la doctora Rita Gómez:

Es importante poner atención en las medidas preventivas, porque la obesidad es un monstruo que irremediablemente nos lleva a la diabetes y a un sinfin de alteraciones más”.


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La Generación XXL está compuesta por niños y jóvenes que bajo las sábanas esconden la comida chatarra, los panes de dulce, los frascos de mermeladas o cajeta. Capaces de devorar sin contemplaciones, y a veces sin arrepentimiento, cinco hotdogs, diez o quince tacos y dos o tres tortas de una sentada, varios helados y un par de botellas de refresco de 600 mililitros.

Son capaces, sobre todo, de asaltar por las noches el refrigerador.

Pero pagan por los excesos.

Hace poco –finaliza Margarita Boites– me subí a uno de esos peseros que son combis. No había lugar atrás, pero sí adelante, al lado del conductor. Trabajosamente me subí, pero al sentarme escuché así, muy bajito, su reclamo. Me dijo: "si no me pagas doble, no te subes"... Pero ya estaba arriba: te fijas, pretendía bajarme. Yo le contesté también así, como en un murmullo: “Cóbrame triple, pero no lo digas fuerte, no lo grites, por favor”.


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